La mayoría de las estancias del Pazo de Lourizán guardan el sabor decimonónico de la época. El majestuoso palacio presidencial se vendió por dos millones de las antiguas pesetas a la Caja de Pontevedra. “Cada hijo de Montero Ríos recibió una cantidad aproximada a las 200.000 pesetas«, como reza una carta en poder del tataranieto de Montero Ríos, el arquitecto Manuel Sainz de Vicuña, actual marqués de Alhucemas: ratificado en un contrato por la Caja de Ahorros Provincial y los herederos.
El interior cuenta con diversas distribuciones fruto de las reformas entre 1983 a 1887 y de 1909 al 1911. Dispone de tres plantas que pueden observarse desde el exterior. La primera recuerda la composición de sus inicios. De manera horizontal, las estancias se emplazan en dos mitades separadas por un largo corredor que recorre la totalidad longitudinal del edificio, dejando las estancias de mayor rango para recepción de visitas, salones y despachos.
En la planta baja, la bodega y fullas del pazo fueron convertidos en espacios dedicados a las galerías de recreo y algún despacho, junto con la cripta incorporada en 1897. En la planta principal se encuentra la estancia de recepción y despachos, dotándola casi de carácter público. En la segunda, aparecen los espacios privados, con salones y dormitorios familiares. En la parte trasera se situarían las estancias para el servicio, baños, cocina y despensas.
Subasta del mobiliario
Una gran parte de los muebles que se encontraban en el Pazo de Lourizán se subastaron al morir Eugenio Montero Ríos en 1914. Muchas personas en Marín, mayores de 80 años, todavía recuerdan la subasta pública de los lotes del palacio y cómo todo el mundo quería tener algo de tan ilustre familia. No obstante y como se observa en las fotografías, las paredes, escaleras, vitrinas recuerdan el esplendor de finales del siglo XIX y principios del siglo XX de este majestuoso edificio que en otra época llegó a ser una enorme Granja.
En estas vitrinas aún se observan vestigios de la etapa como centro de enseñanza forestal. Dentro del pazo, años después, en 1943, Francisco Franco ubicó la primera Escuela de Forestales, que hoy constituye el Centro de Investigación Forestal de Lourizán (CIFL), entre cuyos primeros estudiantes estuvo el padre de la autora, Gisleno Fernández-Cid Castillejas, quien viajó desde Paymogo (Huelva) a Lourizán para estudiar allí.
Desde allí se trasladará a ICONA en Madrid y allí se las ingeniará para crear la conocida por los botánicos y ecologistas como Trampa G contra la plaga de procesionarias que también se cita en la novela. Esa Trampa G, inicial de su extraño nombre, es hoy en día estudiada en las Universidades de Biología y Montes de España para orgullo de sus hijos, nietos y toda su familia.
Cada parte de la novela El Pazo de Lourizán termina con el mismo hilo conductor: el palacio en sus diferentes usos, como residencia palaciega, como escuela y ¿como… 🤐? Es el final, así que es mejor leerlo para descubrirlo. Todo ello convierte al Pazo en el personaje central de la novela.