Hay un ímpetu visceral en el estilo de Fernanda Melchor, o al menos en la Fernanda Melchor del año 2013 en el que escribió este Falsa liebre (Penguin Random House, 2022), reescrito y reeditado ahora tras los posteriores éxitos de sus dos otros libros, Temporada de huracanes y el breve pero intenso Paradáis.
A su debut literario no le quedaba más alternativa que ser visceral y crudo. Cualquier otra manera de tratar a sus personajes, habitantes de los márgenes más al borde de lo que podemos considerar una sociedad justa, sería una decepción. Fernanda Melchor ni edulcora, ni magnifica ni abrillanta la mugre que rodea a Andrik, Zahir, Pachi o Vinicio, los ejes de su historia, se limita a describir sus vidas y la hediondez que las rodea.
Sus protagonistas habitan desastradas viviendas rodeadas de caminos que la lluvia convierte en barrizales, huyen por playas de dunas sinuosas y vegetación inclemente, deambulan por mercados o rotondas en las que el sexo, rápido, sin alma, lúgubre, es un producto más a la venta, estiran el único día libre del trabajo semiesclavo que desempeñan en plazas y calles en las que la meta, la marihuana y el alcohol, abrasadores y mareantes como el sol que hierve el asfalto, son las únicas alternativas con las que combatir la falta de alternativas.
La narración de un día
Esos son los paisajes por los que transcurre un relato que no supera un día entero pero que la autora completa llevándonos al pasado de cada protagonista, saltos temporales engarzados con una eficacia impropia de quien publica por vez primera. Allí donde todo es hedor y suciedad la literatura de Fernanda Melchor surge brillante y en su justa medida, madura, para presentar los motivos que conducen a todos los protagonistas a una confluencia que el lector irá admitirá con el paso de las páginas como inevitable.
Y a la vez, en esas idas y venidas a la jornada definitiva en la que todo se deslizará hacia el infierno, aparece un grupo de personajes (la tía Idalia, el hombre, Tacho, Aurelia…) tan complementarios como imprescindibles, en buena parte causantes de los pecados que purgan cada uno de los cuatro personajes principales y explicativos de su descenso final a los infiernos.
Para concluir, y en parte a modo de prescripción, resulta fácil encontrar paralelismos en la literatura de Melchor con algunos hitos del cine latinoamericano reciente, en los que hallamos también personajes situados en los márgenes y, en ellos, llevados al límite. Cómo no pensar en los protagonistas de Amores perros y sus combates clandestinos, divertimento y negocio a la vez, canes allí, aquí gallos; cómo no pensar en que los personajes de Falsa liebre podrían serlo también del Nuevo orden de Michael Franco y convertirse en asaltantes de lujosas mansiones sin reparar en las consecuencias porque nada tienen que perder ya; cómo no emparentar a los personajes de Melchor y trasladarlos de su Veracruz al Medellín de las películas de Laura Mora, brillantísima como Melchor y a cuyas carreras, cinematográfica y literaria, deberemos de seguir con atención.