Al ojear el índice de esta novela, el lector se sorprenderá por su división en cuatro relatos de amplitud y firma diferentes. Una vez que cierre sus páginas y si, como este lector, se aventura a escribir una nota sobre ella, tendrá que, en primer lugar, reconocer la capacidad de su autor real para vertebrar esas cuatro narraciones ficticias, engarzarlas y construir un ejercicio sobrado de estilo, de estilos cabría decir con más certeza.
Porque cualquier análisis que se haga de Fortuna, del hasta ahora desconocido Hernán Díaz, debe tener en cuenta la mencionada división, original y atrevida fórmula narrativa empleada para presentar las vicisitudes del mundo de los negocios neoyorkino en sus tres convulsas primeras décadas del siglo XX y además con ellas componer un puzzle en el que la estratificación social, el ideario político y por supuesto el amor, forman parte de los miles de piezas que encajar.
Obligaciones
Benjamin Rask y su esposa Helen protagonizan el primer relato, Obligaciones, escrito en 1937 por un autor, Harold Vanner, del que no hay rastro en los catálogos de las bibliotecas más prestigiosas. La narración nos zambulle en los entresijos del capitalismo financiero en el que Rask es actor principal, por genética, formación y olfato que lo han hecho multimillonario anticipándose a todas las sucesivas crisis que definen el inicio de siglo y enriqueciéndose allí donde todos los demás se igualan por abajo.
Su matrimonio con Helen Brevoort, hija única de un heterodoxo padre que por huir de convencionalismos la lleva a Europa en plena Gran Guerra y a él a la locura y una madre entregada a recuperar el status perdido entre la burguesía de Albany, es su única relación con la vida social de la ciudad, en la que, en cambio, ella se convierte en la reina de la filantropía y el mecenazgo.
El fallecimiento de Helen en Suiza tras una larga estancia en un sanatorio de los Alpes y tras pasar por las manos de los médicos y científicos más adelantados de su tiempo, sirve para centrarnos en la relación entre los cónyuges, desprovista de grandes afectos, desapasionada y en la que casi nada es lo que parece, algo que sobrevuela los otros tres relatos que componen la novela.
La prosa de Díaz, sin alambique alguno en este relato inicial, se transforma en innovadora, arriesgada en los otros tres, exigiendo al lector atención y esfuerzo en no desviarse, recortando espacios y llenando de trabas el camino final que le llevará a completar las piezas del puzzle.
Su originalidad es indudable: afrontar la escritura de cuatro relatos en uno, todos ellos originales y hacerlos tan independientes pese al nexo de unión que los rodea, es prueba fidedigna de una capacidad técnica y una inventiva limitada a pocos escritores.
El manejo de la idiosincrasia femenina abrillanta el final del libro. En la narración de Ida Partenza, escritora en ciernes contratada por el verdadero Rask, Harold Bevel, para rehacer su historia verdadera y novelarla, nos habla del idealismo anarquista de su padre, anacrónico, casi intrascendente en medio del emergente y feroz capitalismo, el derecho al ascenso social, la diferencia entre lo real y lo ficticio, las apariencias y lo verdadero. Y los cuadernos ocultos de Mildred Bevel (la Helen Rask de la ficción), poesía escrita con las pocas fuerzas de una mujer en su recta final, nos acercan a la realidad, completan el puzzle y son digno epílogo de un libro estupendo.