El 8 de septiembre se celebra el Día Internacional del Periodista, una profesión denostada por muchos y admirada por otros. El recuerdo a Julius Fucik, periodista ejecutado por los nazis en 1943, sirvió para establecer esta efeméride que ensalza la figura, un tanto poética, del periodista en busca de la verdad incluso por delante de su propia vida.
Sin ser tan fetichista, debo decir que para mí el periodismo siempre ha sido vocacional, desde que de pequeña observaba a mis vecinos, periodistas chilenos, que habían sido expulsados de la Dictadura de Pinochet para vivir en el duro Madrid de la Transición sin apenas ingresos para comer. Miña nai recuerdo que preparaba dos potes gallegos, uno para nosotros y otro para ellos para pasar la semana, y me decía: «¡mira, filliñia, jamás te hagas periodista, mira lo que sufre Regina y Pepe para dar de comer a Danielito!».
Por supuesto, sus alertas no me sirvieron para rechazar la profesión, sino más bien de acicate. No le hice caso y estudié Periodismo pese a las millones de horas que exige la profesión, casi una vida entera. Señalo aquí que el periodismo, aunque algunos se empeñen en divulgar que «sólo se necesita saber escribir», no es cierto, no se aprende por ciencia infusa, sino que se requiere de muchas horas de codos. Se lo aseguro.
Los estudios de Periodismo se inician como carrera universitaria en 1975 después de que en 1970 se apruebe la Ley General de Educación que los regula como estudios propios de una Universidad, igual que Medicina, Derecho o Ingeniería, dejando atrás el halo de oficio para dignificar la profesión. En esa etapa es cuando el periodismo se convierte en una Licenciatura y tras Bolonia, en Grado, para equiparse con el resto de carreras.
Anteriormente a las facultades, existió la mencionada Escuela Oficial de Periodismo creada en el Franquismo que se cerró en beneficio de las Facultades de Ciencias de la Información, Rama Periodismo. La primera de ellas fue la Facultad de la Universidad Complutense de Madrid, donde la mayoría de los periodistas hemos estudiado con profesores que ocuparon puestos importantes en los principales medios de comunicación. Recuerdo que mi profesora de Redacción Periodística había sido Directora de la Agencia EFE y de ella aprendí muchísimo.
Antecedentes: la Escuela Franquista de Periodismo
La antigua Escuela de Periodismo comenzó el 2 de enero de 1942, después de la Guerra Civil a iniciativa de Juan Aparicio, que ostentaba en ese momento el cargo de Delegado Nacional de Prensa y contaba con una programación de tres cursos. La Escuela dependía en pleno franquismo del Ministerio de Educación Nacional y luego del Información y Turismo, del que fue ministro Fraga Iribarne impulsando la Ley del Ejercicio del Derecho a la Difusión, la llamada ‘Ley Fraga’ de 1966, tan importante para nosotros, los periodistas.
Esta ley suprime la censura y el comienzo de una apertura limitada a la opinión pública. Ahí es donde está regulado el secreto profesional, entre otros asuntos. En la asignatura de Derecho de la Información que teníamos a principios de los noventa, años donde me tocó estudiar, se hacía muchísimo hincapié en dicha regulación.
Como licenciatura, los estudios duraban cinco cursos, donde se profundizaba en literatura, lenguaje, historia, filosofía, pensamiento político, ética, economía, empresa, estadística, diseño gráfico, maquetación, fotografía, imagen, sonido, jurídico y por supuesto, redacción.
Se separaban los géneros periodísticos y se practicaba continuamente para poder diferenciarlos unos de otros. A escribir la noticia de manera diferente al reportaje o la crónica. Distinguiendo la entrevista directa o la entrevista indirecta. Pero sobre todo, con dos leyes de Oro: INFORMACIÓN NO ES OPINIÓN, la primera, e INFORMACIÓN NO ES PUBLICIDAD, la segunda.
Es decir, si la gente pide a un periodista escribir determinados asuntos, le corrige, entonces es mejor que ponga una publicidad que ahí puede anunciar «lo guapos que son tal y como ellos quieren, con sus propias palabras».
Por eso vale tanto un buen artículo, porque se presupone que ha sido el criterio de un redactor quien lo ha impulsado y no el dinero que se ha pagado a un medio por publicidad; y eso el lector lo sabe o debería saberlo y confiar siempre en el redactor que busca el interés social y no su propio bienestar, porque para un periodista el respeto de los lectores resulta incluso más importante que el respeto a las fuentes. De hecho, los periodistas trabajamos para los lectores y si no es así, no es periodismo.
Escribir sin adjetivos y atendiendo a los géneros
De ahí que los periodistas no usemos los «adjetivos calificativos» porque son «valorativos» dentro de la mayoría de las informaciones. Escribimos sin adjetivos para que sea el lector quien los ponga cuando haya leído un texto: si le parece un evento, «impresionante», «maravilloso», «éxitoso», «horroroso», «calamitoso»… que lo diga el propio lector y nunca el periodista.
El periodista que escribe información nunca debe valorar ni para bien ni para mal, debe contar, que es algo muy distinto y ofrecer siempre los dos lados de la información si existe conflicto. Hay que respetar las reglas y dignificar la profesión. En la información (no en la opinión, en las columnas, editoriales, tribunas que son otro género), los adjetivos están prohibidos. Confundir los elementos de cada género resulta tan imperdonable como no saber discernir entre novela, teatro o poesía.
Ahora, que la gente habla de «colaboradores» (especialmente en las televisiones), me pregunto en qué manos hemos dejado nuestra profesión, en gente que casi no sabe hablar y que no cuenta con un bagaje universitario ni cultural y que se autodenominan «periodistas», «divulgadores», «cronistas», sin serlo.
¡No me imagino a personas que no han estudiado medicina, erigirse como «médicos»! Jamás dejaría mi cultura, mis medios de comunicación e incluso, mi salud mental (les aseguro que algunos comentaristas hay que echarlos de comer aparte), en personas que no han estudiado ni géneros ni nada… pero allá cada uno. El visionado de esos programas es libre, como el periodismo… al menos, sobre el papel. Pero, por favor, sepan que muchos no han estudiado periodismo… y, sobre todo, por mis horas de codos y mi callo de estudiante, les ruego que no nos metan en el mismo saco. Con todo mi respeto para Belén Esteban.
¡¡Muchísimas felicidades a toda la redacción!!😘😘