Tras doce novelas publicadas resulta evidente lafacilidad de Ray Loriga para atraer por igual al lector que busca historias verosímiles en las que reflejarse como al que pretende huir a paisajes, físicos y emocionales, diferentes a los suyos propios.
“Cualquier verano es un final” (Alfaguara, 2023), su regreso al género novelístico tras cuatro años de silencio, condicionados por un grave problema de salud del que Loriga no renuncia a hablarnos, es una historia elegante –también algo irregular- pero desprovista de artificio o ampulosidad alguna.
Con esa sencillez, la relación entre el narrador Yorick y su amigo Luiz es una excusa para hablar del amor y de cómo la pasión física deviene en amistad, de esta y cómo puede mudar en amor, pero también de cómo asimilar el adiós a la juventud (ese final del bellísimo título) y afrontar la muerte. Es decir, literatura sobre la vida, como siempre.
La muerte como un destino más
Parece pensar más en el amor el perdido Yorick, dueño de una editorial sin apenas pretensiones, que el diletante Luiz. Y este parece pensar más en la muerte como escapatoria ante la falta de amor, la imposibilidad de recuperar momentos y bellezas de otros tiempos. La muerte es entendida aquí, sin apenas sentimentalismos, como un destino más, como cualquier otro por los que los protagonistas (y los interesantes secundarios) transitan o cuentan su pasado desde Nueva York, el Caribe, la costa portuguesa o esa Lisboa tan parecida a aquella donde Bruno Ganz protagonizaba “En la ciudad blanca” y donde Loriga alcanza a escribir las mejores páginas de la novela.
No por secundarios, el resto de protagonistas dejan de participar de los mismos problemas: Alma, la dibujante de la editorial, Terry el bombero consumido por no haber fallecido el 11-S como muchos de sus colegas, Bernice, la diva decadente, Simâo, el comerciante de material de pesca preocupado por mantener su matrimonio a flote…Todos ellos pierden en algún momento su condición secundaria porque Loriga los sabe describir con sutileza y en su justa medida les hace partícipes de las vidas de Yorick y Luiz.
Y aunque a veces puedan chirriarnos algunas citas culturales o literarias (ese primer encuentro de los protagonistas en la mismísima gala del MET neoyorkinoresulta poco creíble), es más justo congratularse del regreso feliz a la novela de un escritor sobrio y consolidado. Compruébenlo, por ejemplo, en la belleza de algunas de las páginas finales, la 225 sin ir más lejos.