Ahora que se va aproximando el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, quisiera hacer hincapié en el sufrimiento que padecen muchas mujeres trabajadoras en sus respectivos desempeños laborales. El acoso se encuentra al orden del día. Todos hemos visto una compañera de trabajo que está siendo acosada, humillada, por su jefe y sus compañeros, y la mayoría ha decidido mirar para otro lado porque había que «preservar el salario, los hijos, los maridos, el bienestar de una familia cuya economía dependía de ese sueldo». Es el acoso más injusto, el que priva a la víctima (casi nunca al acosador) de una manutención y solvencia para vivir, ante las injustas represalias.
Me permito contarles un caso que viví en primera persona cuando empezaba en esta dura profesión de periodista en un pueblo perdido de la provincia de Toledo, Talavera de la Reina. Allí el jefe de publicidad, Eduardo Vilariño (ya no me importa decir su nombre real), sobrino del propietario de la cabecera se empeñó «enrollarse» (como decía él) con una niña de 18 años pese a que la joven (yo misma) se resistía asqueada de su acoso baboso.
Con la excusa de necesitar una redactora era frecuente que me llevara desde la tarde hasta las 3 de la madrugada a puticlubs. Yo le esperaba en el coche, intuyendo que no necesitaba ninguna redactora, sin saber conducir, aterrada, escribiendo en mi cuadernito lo que había sucedido por si me pasaba algo hasta que un día me armé de valor y se lo comenté a mi redactora jefe, Ángeles Santos, y ésta al Director, el reconocido periodista gallego, Segundo Mariño. Inmediatamente, él me quito de la sección Provincias para dejarme en Información Local, Talavera de la Reina, con el consiguiente enfurecimiento del acosador que un día casi me mata en su despacho por haberle acusado.
Organizaciones que desoyen para no dañar su prestigio
Hoy la noticia que he redactado me ha recordado este episodio remoto vivido en La Voz del Tajo. Trata sobre una mujer residente en Bueu, con tres hijos que puso una denuncia en el Juzgado de Marín por acoso de su jefe, que nadie escuchó, y que la llevó a desaparecer en el mar mientras estaba trabajando en el buque del CSIC, García Cid, sin que nadie haya investigado lo ocurrido. Se llama (me niego a utilizar el pasado) Mari Carmen Fernández y me gustaría que toda la comarca del Morrazo dedicara el próximo 8 de marzo a luchar por su defensa, más que nunca en este año, que las gentes de aquí pusieran nombre propio en el Día de la Mujer Trabajadora (no lo olviden, «trabajadora», algo que se suele obviar) para que nunca se vuelva a repetir. Porque la violencia más grande para una víctima de género consiste en impedir su subsistencia a través de un empleo, porque esa ‘víctima’ que casi siempre quedará marcada será casi imposible que encuentre otro trabajo. La tildaran de ‘loca’ o ‘exagerada’ e incluso lo justificaran con un…»si sólo fue una broma…»
Como máximo culpable desde luego apuntamos al acosador, pero también los juzgados de Marín que archivaron la causa y el propio Centro Superior de Investigaciones Científicas, dependiente del Estado, que desoyeron sus miedos, sus ruegos para no incorporarse a su trabajo. Estoy segura de que todos ellos proclamaran durante este próximo mes de marzo su compromiso en pro de la igualdad de la mujer. Ya lo verán.
Sin embargo, resulta obvio reconocer que en este caso y en tantos otros anónimos, a las instituciones públicas, organismos estatales, administración de justicia, empresas, se movieron por el silencio para no perturbar su reputación. A todos ellos, les importó más su marca, su presentación de cara a la galería, que la vida de una mujer, el sufrimiento de sus tres hijos, pero todo se acaba sabiendo. Los desaparecidos, los fallecidos, hablan.
Ella denunció y sólo hay que observar sus efectos en cómo se encuentra el caso actualmente. Yo jamás denuncié, por cobardía, por miedo, porque mi superior me ayudó. Nunca lo hice. No quería truncar mi carrera periodística nada más empezar, quedarme sin unas prácticas que me abrían las puertas a la profesión. Gracias a Dios tuve a mi querido director Segundo Mariño, que en paz descanse, que veló por mí. Un galleguiño de Vigo, Director de Faro de Vigo, que me ayudó. Ojalá todas las mujeres tuvieran alguien así, un valiente que no se escondiera pese a enfrentarse con el dueño del periódico. Que no mirara a otro lado. Estés donde estés, gracias.